El diálogo pastoral
El diálogo pastoral es un proceso que avanza poco a poco,
refleja las actitudes ante las personas y comunica la propia
experiencia transformada en sabiduría existencial para la otra
persona. El diálogo pastoral no da recetas mágicas ni suple al
acompañado en la búsqueda de las respuestas que debe ir
dando en su caminar creyente.
Para que pueda existir diálogo pastoral hay que salir al
encuentro del otro y buscar lugares conocidos de forma que se
pueda entablar el diálogo. Muchas veces tendremos la
sensación de perder el tiempo y de hacer un esfuerzo grande
para desprendernos de nuestras seguridades y entrar en el
terreno inseguro de la persona a la que se quiere ayudar. El
pasaje evangélico de la samaritana (Jn 4,4-42) es un ejemplo
referencial de diálogo pastoral. Veamos los pasos de que
consta el relato:
- Cuando la mujer llega al pozo Jesús ya está allí, sentado al
borde del pozo. Se establece un diálogo que va pasando por
momentos distintos.
- Jesús comienza el diálogo expresando una necesidad, pues
tiene sed, no puede sacar agua y pide de beber.
- La petición de Jesús y él mismo son rechazados por
prejuicios sociales heredados; la samaritana expresa el abismo
entre judíos y samaritanos.
- Jesus responde de una roana mucnc más personal y directa;
ofrece un diálogc interpersonal y ofrece el don de Dios.
- La mujer se siente sorprendida y manifiesta profunda
admiración por la propuesta de Jesús. Algo importante ha
pasado en el interior de la samaritana, pues cambia la actitud y
las expresiones en el diálogo.
- Jesús aprovecha esta situación nueva y habla a la samaritana
en su propio lenguaje y de su vida cotidiana; en el transcurso
de la conversación y de una forma casi imperceptible pasa a la
iluminación de fe refiriéndose a agua viva, vida sin término,
manantial interior, etc.
- La samaritana termina pidiendo: "Señor, dame de esa agua;
así no tendré nunca más sed, ni tendré que venir a buscarla".
Hay apertura de horizonte, pero la mujer no llega al significado
profundo de la fe.
- Jesús recibe esta petición de la Samaritana y remite a la
mujer a su vida; en este momento el diálogo adquiere una
dimensión de revisión de vida (Jn 4,16-24). Desde una vida
poco auténtica no se puede acoger el don de Dios. Esta
confrontación de la vida con la verdad está teñida de
compasión y misericordia, pero también de exigencia de un
corazón auténtico. No hay posibilidad de huida o de disculpas.
- El cambio de actitudes en la Samaritana propicia la
experiencia de Dios, es el momento del reconocimiento de
Jesús, es camino, verdad y vida que nos lleva al Padre y a una
vida nueva.
- La mujer deja el cántaro y va al pueblo a anunciar a sus
vecinos todo lo que ha pasado y a quién ha encontrado. Y
muchos samaritanos creyeron a partir del testimonio de aquella
mujer. Más aún, ellos mismos tuvieron la experiencia de Dios y
creyeron por sí mismos (Jn 4,29-42).
4.1. La relación personal
Es el medio concreto en el que se realiza el servicio del
acompañamiento personal. Es encuentro entre dos personas y
relación interpersonal que permita al acompañado percibirse a
sí mismo tal y como se encuentra, así como el paso de Dios
por su propia vida. Esta realidad hace que el acompañante se
sienta principalmente como mediador de una relación en la que
el Espíritu Santo y la gracia de Dios son los protagonistas. En
este contexto se sitúa la relación de ayuda para que la persona
acompañada madure en todas las facetas de su vida por el
"crecimiento personal armónico de todas las potencialidades
que el joven lleva dentro de sí, razón, afectividad, deseo de
absoluto; una atención a su dimensión social, cultivando
actitudes de solidaridad y de diálogo y estimulando un
compromiso por la justicia y por una sociedad de talla humana;
una preocupación por la dimensión cultural, pues la
evangelización no es añadir un conocimiento religioso junto a
contenidos que le resultan extraños" (O.P.J. n. 32).
4.2. Orientar y guiar desde la no-directividad
La ayuda personal y la efectiva requiere la concurrencia de tres
instancias: las orientaciones exteriores, la relación
interpersonal y el trabajo desde dentro. Esto supone que el
acompañante es una persona con madurez afectiva y
emocional, formación adecuada, coherencia entre lo que dice y
hace y la aceptación incondicional de la persona a la que se
ayuda. Si la relación de ayuda requiere todos estos requisitos,
fácilmente se puede concluir que lo fundamental no es la
aplicación de métodos o técnicas, sino de ser auténtico y de
acoger a la otra persona con sus defectos y limitaciones. Sólo
de esta forma el acompañante puede situarse en lugar de la
persona acompañada y tratar de ver y sentir desde dentro de
ella lo que vive y comunica. La relación de ayuda con estas
características empieza con que el orientador haga una buena
acogida que dé confianza y serenidad, y por una actitud de
escucha atenta que manifieste a la otra persona que nos
preocupamos por ella, por lo que está viviendo y por lo que nos
cuenta. La escucha atenta ayuda al orientado a escucharse a
sí mismo y a escuchar a Dios, lo cual constituye un dato
importante ya que da unidad a la vida espiritual.
Las intervenciones del acompañante como orientador tienen
que tener tres características: deben reflejar lo que el orientado
ha comunicado desde su propio marco referencial, han de
ayudar al sujeto a conocer mejor su propia realidad y, al
tiempo, le facilitarán el hallazgo de los medios para seguir
avanzando como persona y como creyente.
5. Acompañar el proyecto de vida cristiana
Muchas veces hablamos del proyecto de vida dando por
supuesto que en la base existe una personalidad madura. No
siempre es así; por lo mismo el acompañamiento personal
tratará como tema básico el de la madurez de las personas.
También conviene recordar cómo la persona madura pone en
juego su libertad y responsabilidad para elegir un proyecto
concreto de vida.
Toda elección debe ir precedida por un momento de escucha y
otro momento de discernimiento. Hay que escuchar la propia
historia, las experiencias más importantes, los momentos más
significativos, las intuiciones del corazón, la afectividad
profunda y las interpelaciones de las realidades sociales que
nos rodean. Toda elección abre unas puertas y cierra otras;
esto es doloroso, pero también posibilita el crecimiento
personal y amplía el campo de nuestra libertad interior. El
proyecto personal de vida nos permite ser nosotros mismos,
nos libera de muchas manipulaciones y nos permite encauzar
el futuro de forma creativa y responsable.
En todo este proceso de escucha, y con vistas al
discernimiento, es central el mundo de los sentimientos y de la
afectividad. Analizar las consolaciones y desolaciones que
invaden el corazón del creyente cuando lee el Evangelio,
contempla los misterios de la vida de Cristo, revisa su vida y se
sitúa en disponibilidad para lo que Dios quiera, es el mejor
camino para fundamentar la vida y la fe desde lo vivido como
unidad personal, es decir, desde la cabeza, el corazón y la
voluntad.
5.1. El proyecto de vida de Jesús ayuda a encontrar y discernir
el propio proyecto
Los proyectos de vida cristiana tienen una raíz común (la
vocación bautismal), un ámbito de referencia (la comunidad
cristiana) y apuntan a un horizonte (el Reino). Esto es así
porque la referencia del creyente es la persona de Jesús;
llegados aquí nos podemos preguntar: ¿cuál fue lo definitivo
para Jesús, lo que orientó toda su vida? Es fácil de responder:
hacer la voluntad del Padre, anunciar la Buena Noticia y salvar
a la humanidad. La realidad del Reino proclamada e iniciada
por Jesús es la que une voluntad de Dios, evangelio y
salvación.
El Reino irrumpe comunicándonos una experiencia nueva de
Dios como Padre y situando a los hombres como hermanos
desde unos nuevos valores y la opción preferencial por los
pobres y sencillos.
Las acciones liberadoras de Jesús, su solidaridad con los
pequeños, enfermos, marginados, y pecadores, y las
denuncias de orden vigente constituyen un proyecto alternativo
de vida llevado adelante por el don gratuito del amor de Dios.
La novedad del Evangelio se acoge y comprende desde la
comunidad de discípulos de Jesús. Seguir a Jesús y acoger el
Reino pasa por la incorporación al grupo que Jesús inicia con
los Doce. Dentro de la comunidad cada uno encontrará el lugar
y el servicio que Dios le pide en la animación de la comunidad
y en la edificación del Reino.
El crecimiento espiritual ayuda a los catecúmenos a seguir a
Jesús de Galilea a Jerusalén, y a vivir todo lo que vivieron los
Apóstoles en este itinerario de fe. El descubrimiento del
proyecto de Jesús y sus actitudes personales respecto de la
voluntad del Padre son elementos paradigmáticos para el
creyente.
5.2. El discernimiento de Jesús
Hemos visto cómo lo central en la vida de Jesús fue hacer la
voluntad del que le había enviado; con todo, su discernimiento
también incluyó los medios apropiados para descubrir y hacer
la voluntad del Padre. El medio más significativo que vivió
Jesús fue la solidaridad con los más pobres; desde ahí amó sin
límite a todos los hombres y asumió la cruz hasta el extremo de
dar la vida.
Es importantísimo que el acompañante ayude al acompañado
a tener las mismas actitudes que tuvo Jesús, y que se podrían
resumir en una fundamental: relativizar todo lo que no es el
Reino de Dios y su justicia. Sólo desde esta actitud de
disponibilidad total o indiferencia puede el creyente oír de
forma inequívoca lo que Dios le pide. El acompañante espiritual
hará todo lo posible para asegurar la objetividad del proceso de
discernimiento y evitar que intereses poco evangélicos
interfieran en la toma de decisiones. Cumpliendo este cometido
el acompañante es fiel reflejo de lo que ocurre y testigo fiel del
Dios vivo.
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El diálogo pastoral
Posted by Ocultox 13:16 0
El diálogo pastoral
El diálogo pastoral es un proceso que avanza poco a poco,
refleja las actitudes ante las personas y comunica la propia
experiencia transformada en sabiduría existencial para la otra
persona. El diálogo pastoral no da recetas mágicas ni suple al
acompañado en la búsqueda de las respuestas que debe ir
dando en su caminar creyente.
Para que pueda existir diálogo pastoral hay que salir al
encuentro del otro y buscar lugares conocidos de forma que se
pueda entablar el diálogo. Muchas veces tendremos la
sensación de perder el tiempo y de hacer un esfuerzo grande
para desprendernos de nuestras seguridades y entrar en el
terreno inseguro de la persona a la que se quiere ayudar. El
pasaje evangélico de la samaritana (Jn 4,4-42) es un ejemplo
referencial de diálogo pastoral. Veamos los pasos de que
consta el relato:
- Cuando la mujer llega al pozo Jesús ya está allí, sentado al
borde del pozo. Se establece un diálogo que va pasando por
momentos distintos.
- Jesús comienza el diálogo expresando una necesidad, pues
tiene sed, no puede sacar agua y pide de beber.
- La petición de Jesús y él mismo son rechazados por
prejuicios sociales heredados; la samaritana expresa el abismo
entre judíos y samaritanos.
- Jesus responde de una roana mucnc más personal y directa;
ofrece un diálogc interpersonal y ofrece el don de Dios.
- La mujer se siente sorprendida y manifiesta profunda
admiración por la propuesta de Jesús. Algo importante ha
pasado en el interior de la samaritana, pues cambia la actitud y
las expresiones en el diálogo.
- Jesús aprovecha esta situación nueva y habla a la samaritana
en su propio lenguaje y de su vida cotidiana; en el transcurso
de la conversación y de una forma casi imperceptible pasa a la
iluminación de fe refiriéndose a agua viva, vida sin término,
manantial interior, etc.
- La samaritana termina pidiendo: "Señor, dame de esa agua;
así no tendré nunca más sed, ni tendré que venir a buscarla".
Hay apertura de horizonte, pero la mujer no llega al significado
profundo de la fe.
- Jesús recibe esta petición de la Samaritana y remite a la
mujer a su vida; en este momento el diálogo adquiere una
dimensión de revisión de vida (Jn 4,16-24). Desde una vida
poco auténtica no se puede acoger el don de Dios. Esta
confrontación de la vida con la verdad está teñida de
compasión y misericordia, pero también de exigencia de un
corazón auténtico. No hay posibilidad de huida o de disculpas.
- El cambio de actitudes en la Samaritana propicia la
experiencia de Dios, es el momento del reconocimiento de
Jesús, es camino, verdad y vida que nos lleva al Padre y a una
vida nueva.
- La mujer deja el cántaro y va al pueblo a anunciar a sus
vecinos todo lo que ha pasado y a quién ha encontrado. Y
muchos samaritanos creyeron a partir del testimonio de aquella
mujer. Más aún, ellos mismos tuvieron la experiencia de Dios y
creyeron por sí mismos (Jn 4,29-42).
4.1. La relación personal
Es el medio concreto en el que se realiza el servicio del
acompañamiento personal. Es encuentro entre dos personas y
relación interpersonal que permita al acompañado percibirse a
sí mismo tal y como se encuentra, así como el paso de Dios
por su propia vida. Esta realidad hace que el acompañante se
sienta principalmente como mediador de una relación en la que
el Espíritu Santo y la gracia de Dios son los protagonistas. En
este contexto se sitúa la relación de ayuda para que la persona
acompañada madure en todas las facetas de su vida por el
"crecimiento personal armónico de todas las potencialidades
que el joven lleva dentro de sí, razón, afectividad, deseo de
absoluto; una atención a su dimensión social, cultivando
actitudes de solidaridad y de diálogo y estimulando un
compromiso por la justicia y por una sociedad de talla humana;
una preocupación por la dimensión cultural, pues la
evangelización no es añadir un conocimiento religioso junto a
contenidos que le resultan extraños" (O.P.J. n. 32).
4.2. Orientar y guiar desde la no-directividad
La ayuda personal y la efectiva requiere la concurrencia de tres
instancias: las orientaciones exteriores, la relación
interpersonal y el trabajo desde dentro. Esto supone que el
acompañante es una persona con madurez afectiva y
emocional, formación adecuada, coherencia entre lo que dice y
hace y la aceptación incondicional de la persona a la que se
ayuda. Si la relación de ayuda requiere todos estos requisitos,
fácilmente se puede concluir que lo fundamental no es la
aplicación de métodos o técnicas, sino de ser auténtico y de
acoger a la otra persona con sus defectos y limitaciones. Sólo
de esta forma el acompañante puede situarse en lugar de la
persona acompañada y tratar de ver y sentir desde dentro de
ella lo que vive y comunica. La relación de ayuda con estas
características empieza con que el orientador haga una buena
acogida que dé confianza y serenidad, y por una actitud de
escucha atenta que manifieste a la otra persona que nos
preocupamos por ella, por lo que está viviendo y por lo que nos
cuenta. La escucha atenta ayuda al orientado a escucharse a
sí mismo y a escuchar a Dios, lo cual constituye un dato
importante ya que da unidad a la vida espiritual.
Las intervenciones del acompañante como orientador tienen
que tener tres características: deben reflejar lo que el orientado
ha comunicado desde su propio marco referencial, han de
ayudar al sujeto a conocer mejor su propia realidad y, al
tiempo, le facilitarán el hallazgo de los medios para seguir
avanzando como persona y como creyente.
5. Acompañar el proyecto de vida cristiana
Muchas veces hablamos del proyecto de vida dando por
supuesto que en la base existe una personalidad madura. No
siempre es así; por lo mismo el acompañamiento personal
tratará como tema básico el de la madurez de las personas.
También conviene recordar cómo la persona madura pone en
juego su libertad y responsabilidad para elegir un proyecto
concreto de vida.
Toda elección debe ir precedida por un momento de escucha y
otro momento de discernimiento. Hay que escuchar la propia
historia, las experiencias más importantes, los momentos más
significativos, las intuiciones del corazón, la afectividad
profunda y las interpelaciones de las realidades sociales que
nos rodean. Toda elección abre unas puertas y cierra otras;
esto es doloroso, pero también posibilita el crecimiento
personal y amplía el campo de nuestra libertad interior. El
proyecto personal de vida nos permite ser nosotros mismos,
nos libera de muchas manipulaciones y nos permite encauzar
el futuro de forma creativa y responsable.
En todo este proceso de escucha, y con vistas al
discernimiento, es central el mundo de los sentimientos y de la
afectividad. Analizar las consolaciones y desolaciones que
invaden el corazón del creyente cuando lee el Evangelio,
contempla los misterios de la vida de Cristo, revisa su vida y se
sitúa en disponibilidad para lo que Dios quiera, es el mejor
camino para fundamentar la vida y la fe desde lo vivido como
unidad personal, es decir, desde la cabeza, el corazón y la
voluntad.
5.1. El proyecto de vida de Jesús ayuda a encontrar y discernir
el propio proyecto
Los proyectos de vida cristiana tienen una raíz común (la
vocación bautismal), un ámbito de referencia (la comunidad
cristiana) y apuntan a un horizonte (el Reino). Esto es así
porque la referencia del creyente es la persona de Jesús;
llegados aquí nos podemos preguntar: ¿cuál fue lo definitivo
para Jesús, lo que orientó toda su vida? Es fácil de responder:
hacer la voluntad del Padre, anunciar la Buena Noticia y salvar
a la humanidad. La realidad del Reino proclamada e iniciada
por Jesús es la que une voluntad de Dios, evangelio y
salvación.
El Reino irrumpe comunicándonos una experiencia nueva de
Dios como Padre y situando a los hombres como hermanos
desde unos nuevos valores y la opción preferencial por los
pobres y sencillos.
Las acciones liberadoras de Jesús, su solidaridad con los
pequeños, enfermos, marginados, y pecadores, y las
denuncias de orden vigente constituyen un proyecto alternativo
de vida llevado adelante por el don gratuito del amor de Dios.
La novedad del Evangelio se acoge y comprende desde la
comunidad de discípulos de Jesús. Seguir a Jesús y acoger el
Reino pasa por la incorporación al grupo que Jesús inicia con
los Doce. Dentro de la comunidad cada uno encontrará el lugar
y el servicio que Dios le pide en la animación de la comunidad
y en la edificación del Reino.
El crecimiento espiritual ayuda a los catecúmenos a seguir a
Jesús de Galilea a Jerusalén, y a vivir todo lo que vivieron los
Apóstoles en este itinerario de fe. El descubrimiento del
proyecto de Jesús y sus actitudes personales respecto de la
voluntad del Padre son elementos paradigmáticos para el
creyente.
5.2. El discernimiento de Jesús
Hemos visto cómo lo central en la vida de Jesús fue hacer la
voluntad del que le había enviado; con todo, su discernimiento
también incluyó los medios apropiados para descubrir y hacer
la voluntad del Padre. El medio más significativo que vivió
Jesús fue la solidaridad con los más pobres; desde ahí amó sin
límite a todos los hombres y asumió la cruz hasta el extremo de
dar la vida.
Es importantísimo que el acompañante ayude al acompañado
a tener las mismas actitudes que tuvo Jesús, y que se podrían
resumir en una fundamental: relativizar todo lo que no es el
Reino de Dios y su justicia. Sólo desde esta actitud de
disponibilidad total o indiferencia puede el creyente oír de
forma inequívoca lo que Dios le pide. El acompañante espiritual
hará todo lo posible para asegurar la objetividad del proceso de
discernimiento y evitar que intereses poco evangélicos
interfieran en la toma de decisiones. Cumpliendo este cometido
el acompañante es fiel reflejo de lo que ocurre y testigo fiel del
Dios vivo.
El diálogo pastoral es un proceso que avanza poco a poco,
refleja las actitudes ante las personas y comunica la propia
experiencia transformada en sabiduría existencial para la otra
persona. El diálogo pastoral no da recetas mágicas ni suple al
acompañado en la búsqueda de las respuestas que debe ir
dando en su caminar creyente.
Para que pueda existir diálogo pastoral hay que salir al
encuentro del otro y buscar lugares conocidos de forma que se
pueda entablar el diálogo. Muchas veces tendremos la
sensación de perder el tiempo y de hacer un esfuerzo grande
para desprendernos de nuestras seguridades y entrar en el
terreno inseguro de la persona a la que se quiere ayudar. El
pasaje evangélico de la samaritana (Jn 4,4-42) es un ejemplo
referencial de diálogo pastoral. Veamos los pasos de que
consta el relato:
- Cuando la mujer llega al pozo Jesús ya está allí, sentado al
borde del pozo. Se establece un diálogo que va pasando por
momentos distintos.
- Jesús comienza el diálogo expresando una necesidad, pues
tiene sed, no puede sacar agua y pide de beber.
- La petición de Jesús y él mismo son rechazados por
prejuicios sociales heredados; la samaritana expresa el abismo
entre judíos y samaritanos.
- Jesus responde de una roana mucnc más personal y directa;
ofrece un diálogc interpersonal y ofrece el don de Dios.
- La mujer se siente sorprendida y manifiesta profunda
admiración por la propuesta de Jesús. Algo importante ha
pasado en el interior de la samaritana, pues cambia la actitud y
las expresiones en el diálogo.
- Jesús aprovecha esta situación nueva y habla a la samaritana
en su propio lenguaje y de su vida cotidiana; en el transcurso
de la conversación y de una forma casi imperceptible pasa a la
iluminación de fe refiriéndose a agua viva, vida sin término,
manantial interior, etc.
- La samaritana termina pidiendo: "Señor, dame de esa agua;
así no tendré nunca más sed, ni tendré que venir a buscarla".
Hay apertura de horizonte, pero la mujer no llega al significado
profundo de la fe.
- Jesús recibe esta petición de la Samaritana y remite a la
mujer a su vida; en este momento el diálogo adquiere una
dimensión de revisión de vida (Jn 4,16-24). Desde una vida
poco auténtica no se puede acoger el don de Dios. Esta
confrontación de la vida con la verdad está teñida de
compasión y misericordia, pero también de exigencia de un
corazón auténtico. No hay posibilidad de huida o de disculpas.
- El cambio de actitudes en la Samaritana propicia la
experiencia de Dios, es el momento del reconocimiento de
Jesús, es camino, verdad y vida que nos lleva al Padre y a una
vida nueva.
- La mujer deja el cántaro y va al pueblo a anunciar a sus
vecinos todo lo que ha pasado y a quién ha encontrado. Y
muchos samaritanos creyeron a partir del testimonio de aquella
mujer. Más aún, ellos mismos tuvieron la experiencia de Dios y
creyeron por sí mismos (Jn 4,29-42).
4.1. La relación personal
Es el medio concreto en el que se realiza el servicio del
acompañamiento personal. Es encuentro entre dos personas y
relación interpersonal que permita al acompañado percibirse a
sí mismo tal y como se encuentra, así como el paso de Dios
por su propia vida. Esta realidad hace que el acompañante se
sienta principalmente como mediador de una relación en la que
el Espíritu Santo y la gracia de Dios son los protagonistas. En
este contexto se sitúa la relación de ayuda para que la persona
acompañada madure en todas las facetas de su vida por el
"crecimiento personal armónico de todas las potencialidades
que el joven lleva dentro de sí, razón, afectividad, deseo de
absoluto; una atención a su dimensión social, cultivando
actitudes de solidaridad y de diálogo y estimulando un
compromiso por la justicia y por una sociedad de talla humana;
una preocupación por la dimensión cultural, pues la
evangelización no es añadir un conocimiento religioso junto a
contenidos que le resultan extraños" (O.P.J. n. 32).
4.2. Orientar y guiar desde la no-directividad
La ayuda personal y la efectiva requiere la concurrencia de tres
instancias: las orientaciones exteriores, la relación
interpersonal y el trabajo desde dentro. Esto supone que el
acompañante es una persona con madurez afectiva y
emocional, formación adecuada, coherencia entre lo que dice y
hace y la aceptación incondicional de la persona a la que se
ayuda. Si la relación de ayuda requiere todos estos requisitos,
fácilmente se puede concluir que lo fundamental no es la
aplicación de métodos o técnicas, sino de ser auténtico y de
acoger a la otra persona con sus defectos y limitaciones. Sólo
de esta forma el acompañante puede situarse en lugar de la
persona acompañada y tratar de ver y sentir desde dentro de
ella lo que vive y comunica. La relación de ayuda con estas
características empieza con que el orientador haga una buena
acogida que dé confianza y serenidad, y por una actitud de
escucha atenta que manifieste a la otra persona que nos
preocupamos por ella, por lo que está viviendo y por lo que nos
cuenta. La escucha atenta ayuda al orientado a escucharse a
sí mismo y a escuchar a Dios, lo cual constituye un dato
importante ya que da unidad a la vida espiritual.
Las intervenciones del acompañante como orientador tienen
que tener tres características: deben reflejar lo que el orientado
ha comunicado desde su propio marco referencial, han de
ayudar al sujeto a conocer mejor su propia realidad y, al
tiempo, le facilitarán el hallazgo de los medios para seguir
avanzando como persona y como creyente.
5. Acompañar el proyecto de vida cristiana
Muchas veces hablamos del proyecto de vida dando por
supuesto que en la base existe una personalidad madura. No
siempre es así; por lo mismo el acompañamiento personal
tratará como tema básico el de la madurez de las personas.
También conviene recordar cómo la persona madura pone en
juego su libertad y responsabilidad para elegir un proyecto
concreto de vida.
Toda elección debe ir precedida por un momento de escucha y
otro momento de discernimiento. Hay que escuchar la propia
historia, las experiencias más importantes, los momentos más
significativos, las intuiciones del corazón, la afectividad
profunda y las interpelaciones de las realidades sociales que
nos rodean. Toda elección abre unas puertas y cierra otras;
esto es doloroso, pero también posibilita el crecimiento
personal y amplía el campo de nuestra libertad interior. El
proyecto personal de vida nos permite ser nosotros mismos,
nos libera de muchas manipulaciones y nos permite encauzar
el futuro de forma creativa y responsable.
En todo este proceso de escucha, y con vistas al
discernimiento, es central el mundo de los sentimientos y de la
afectividad. Analizar las consolaciones y desolaciones que
invaden el corazón del creyente cuando lee el Evangelio,
contempla los misterios de la vida de Cristo, revisa su vida y se
sitúa en disponibilidad para lo que Dios quiera, es el mejor
camino para fundamentar la vida y la fe desde lo vivido como
unidad personal, es decir, desde la cabeza, el corazón y la
voluntad.
5.1. El proyecto de vida de Jesús ayuda a encontrar y discernir
el propio proyecto
Los proyectos de vida cristiana tienen una raíz común (la
vocación bautismal), un ámbito de referencia (la comunidad
cristiana) y apuntan a un horizonte (el Reino). Esto es así
porque la referencia del creyente es la persona de Jesús;
llegados aquí nos podemos preguntar: ¿cuál fue lo definitivo
para Jesús, lo que orientó toda su vida? Es fácil de responder:
hacer la voluntad del Padre, anunciar la Buena Noticia y salvar
a la humanidad. La realidad del Reino proclamada e iniciada
por Jesús es la que une voluntad de Dios, evangelio y
salvación.
El Reino irrumpe comunicándonos una experiencia nueva de
Dios como Padre y situando a los hombres como hermanos
desde unos nuevos valores y la opción preferencial por los
pobres y sencillos.
Las acciones liberadoras de Jesús, su solidaridad con los
pequeños, enfermos, marginados, y pecadores, y las
denuncias de orden vigente constituyen un proyecto alternativo
de vida llevado adelante por el don gratuito del amor de Dios.
La novedad del Evangelio se acoge y comprende desde la
comunidad de discípulos de Jesús. Seguir a Jesús y acoger el
Reino pasa por la incorporación al grupo que Jesús inicia con
los Doce. Dentro de la comunidad cada uno encontrará el lugar
y el servicio que Dios le pide en la animación de la comunidad
y en la edificación del Reino.
El crecimiento espiritual ayuda a los catecúmenos a seguir a
Jesús de Galilea a Jerusalén, y a vivir todo lo que vivieron los
Apóstoles en este itinerario de fe. El descubrimiento del
proyecto de Jesús y sus actitudes personales respecto de la
voluntad del Padre son elementos paradigmáticos para el
creyente.
5.2. El discernimiento de Jesús
Hemos visto cómo lo central en la vida de Jesús fue hacer la
voluntad del que le había enviado; con todo, su discernimiento
también incluyó los medios apropiados para descubrir y hacer
la voluntad del Padre. El medio más significativo que vivió
Jesús fue la solidaridad con los más pobres; desde ahí amó sin
límite a todos los hombres y asumió la cruz hasta el extremo de
dar la vida.
Es importantísimo que el acompañante ayude al acompañado
a tener las mismas actitudes que tuvo Jesús, y que se podrían
resumir en una fundamental: relativizar todo lo que no es el
Reino de Dios y su justicia. Sólo desde esta actitud de
disponibilidad total o indiferencia puede el creyente oír de
forma inequívoca lo que Dios le pide. El acompañante espiritual
hará todo lo posible para asegurar la objetividad del proceso de
discernimiento y evitar que intereses poco evangélicos
interfieran en la toma de decisiones. Cumpliendo este cometido
el acompañante es fiel reflejo de lo que ocurre y testigo fiel del
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